Buscar este blog

OTRA VEZ SOLEDAD


Las paredes de adobe reflejan la pobre luz de las velas y mi tristeza aumenta. Estoy en el cuarto que me prestó Filemón con un frío que me cala los huesos y el alma, el piso es de tierra y todavía se miran las huellas de los animales que han pasado por aquí. El ambiente se presta para tener los peores recuerdos.

¿Cuantos años hace que mataron a mi hermano? Ya ni me acuerdo. Sólo sé que andábamos en el cerro, llego uno y le disparó. Así nomás. Vimos como cayó parecía un fardo dando de tumbos hasta que fue a dar al arroyo donde lo recogimos. Nunca me voy a olvidar. Al asesino, lo anduvimos buscando por meses, mi hermano Fulgencio, el más chico y yo. Éramos muy jóvenes. Para matarlo, dejamos todo, nuestras tierras y el pueblo. Nos acostumbramos a estar a salto de mata, era difícil que alguien nos tomara por sorpresa.

Mi compadre me prestó este cuartito en el que vivía con mi comadre. Todavía me acuerdo cuando veníamos a visitarlos, desde aquí puedo ver, entre las sombras, el comal donde ella hacía las tortillas, pero ya se fueron al pueblo, ¡hace mucho que no hay nadie aquí! Por eso siento la noche más oscura, aunque puedo mirar algunas estrellas entre los espacios que dejan las tejas que se han caído del techo, su luz me da en la cara. Me siento sólo y aunque me cueste reconocerlo tengo miedo de todo; la policía, las alimañas, las víboras. ¡Ya no soy como era antes!

En mis tiempos no conocía el temor, pues acabamos con muchos, para llegar al que nos interesaba. Un buen día, por fin, mi hermano y yo lo venadeamos en un cruce de caminos. Cayó redondito, no tuvo tiempo ni de meter las manos. Cuando lo matamos, se corrió la voz, todos nos tenían miedo. A mí me decían el matahombres.

En la Sierra se oye el ruido de los árboles y los aullidos de los coyotes, se me enchina el cuerpo de pensar que van a venir a buscarme, llevo varias noches sin dormir. El viento se mete entre las paredes del cuarto y hace sonidos espantosos, como si las almas en pena de los que mate estuvieran tanteándome.

Muchos años anduve huyendo junto con mi hermano, no tenía paz, de pueblo en pueblo, deambulando por todas partes, hasta que dejaron de buscarnos. Entonces llegamos a un lugar donde nadie nos conocía y ahí nos asentamos. Nos casamos y tuvimos hijos. Compramos un ranchito, nos dedicamos a la tierra, una vida tranquila. Se me olvidó mi juventud tan turbulenta.

Buenos recuerdos de ese tiempo. ¡Ojala nunca se hubiera acabado! Ahora en este jacal, donde apenas puedo respirar por el polvo, siento que el techo se me viene encima, ¿serán los remordimientos? mi alma no encuentra sosiego ¿Por qué lo hice?¿Cuándo vendrán por mi?

Mi esposa se murió, mis hijos crecieron y entonces me fui a la ciudad. Encontré un trabajo como vigilante y vivía tranquilo. Mis hijas me visitaban de vez en cuando, me llevaban comida y me cuidaban. Tiempo después conocí a Soledad, llegó con sus niñitas, me dio lástima pues no tenían para comer, venían de lejos, sabía que tenían mucha necesidad. Me dijo que hacia el quehacer por algo de comida. Y luego se me fue metiendo con todas sus atenciones, ¡ahí estuvo lo malo! Mis hijas me decían. No apá no andes con Soledad está muy joven. Pero no las escuche, hice oídos sordos. Me deje llevar por la muchacha.

¡Mirenme ahora! con miedo a los ruidos de la noche, las paredes que truenan, el silbido del viento, los animales y mas que nada los fantasmas de mi pasado; no me dejan y están en todas partes. Aunque me enredo en el petate, los oigo todo el tiempo, no puedo dormir. Escondido, sólo, como animal, en este cuartucho ya casi destruido, muriéndome de hambre, frío y desolación, me pongo a pensar que nunca aprendí a resolver los problemas más que a la mala. En el pueblo donde nací cada quien se hacía justicia por su propia mano. No había autoridad. Así arreglábamos nuestras diferencias. Me doy cuenta que no estaba bien que podía haber tenido otra vida.

Todo por hacerle caso a Tadeo que me metió en la cabeza que Soledad andaba con Vicente, que lo iba a buscar al almacén donde estaba de velador, me lo dijo varias veces. Hasta que una tarde la seguí y me di cuenta que era cierto. Yo que le ayude a que pusiera su casa y le daba dinero. ¡Por eso me dio más coraje!

Siento como si se me estuviera muriendo ¿por el frío, la tristeza, la soledad, el miedo?, no lo sé. En lo que más me duele pensar, es en esas chiquitas que se quedaron solas. Es lo que más me remuerde. Me gustaba verlas jugar, todavía tengo su recuerdo muy fresco en la mente, ¡es imperdonable lo que hice hace dos días!

Andaba enojado, llegue a la casa de Soledad, vi la puerta desvencijada, casi oxidada que ya conocía. Toque, ¡unos toquidazos!. Al principio nadie respondió. Después alguien se asomó por la ventanita del portón. Era su hermana. Al verme se retiro y pude escuchar que decía gritando -hay te busca el viejito-. No se porqué pero me dio más coraje. Por las pisadas reconocí a Soledad. Cuando me vio, abrió por completo la puerta, se me presentó de cuerpo entero. Fue ahí donde le vacié la pistola, cayo con el rebozo enredado en su cuerpo y toda llena de sangre. La vi por última vez; morenita, chaparrita, bien formada ¡muy nueva!.Sólo que ahora un poco desfigurada y con la sorpresa en la cara. En la casa empezaron a gritar, su hermana, sus sobrinas. ¡oía los llantos de las niñas!

Siempre lo mismo, todo volvió a suceder, nunca he estado en paz, me encuentro aquí, huyendo,¡ a mis setenta y cinco años!. No sé cuanto más vaya a aguantar escondido, con los brazos y las piernas enteleridas de frío, lejos de todo, de mi casa, de mis amigos, aquí en este cuarto, lleno de amargura y otra vez en soledad…sin Soledad.







MARIA

Cuando ira María al mandado, decía yo, parado enfrente a la casa de sus padres, era mi oportunidad para mirarla, ver sus ojos, su pelo, que pasara junto a mí como un ángel. ¡¡me gustaba tanto ¡! Me enamore, al principio no me atrevía ni siquiera a acercarme, pero me di cuenta que yo también le agradaba. Se reía conmigo. Le hable, nos hicimos amigos y después novios. Fue una etapa muy bonita salíamos a pasear, al cine, nos divertíamos mucho. Luego nos casamos. Su familia también me quería. Me gustaba llegar a la casa, la comida lista y ella esperándome. Era muy cariñosa y buena ama de casa. Tenía todo impecable.
Poco tiempo después llegaron los niños, la mujercita y después el varón. Mi vida estaba completa nunca había sido tan feliz, todos los días llegaba a casa y mis hijos me brindaban sus alegres sonrisas, la mayorcita era mi adoración.
Cuando crecieron, se volvieron muy juguetones, mi esposa los llevaba todas las tardes al parque, a tomar el sol y hacer ejercicio. También salían con sus amiguitos de la cuadra. Me parecía bien, sólo que a veces regresaban tarde, cansados y tristes. Ni siquiera me saludaban. Me empecé a preocupar.
En general nuestra vida transcurría apaciblemente, sólo en ocasiones María mostraba un comportamiento extraño, permanecía muy callada, a veces me observaba de reojo, siempre al pendiente de todos mis movimientos. Con cualquier pretexto se iba de la casa con los niños. Sin decir nada, arreglaba sus cosas y se estaba hasta una semana con sus papás. Ya en la casa no me los dejaba ver en todo el día y si en las noches me quería despedir de ellos, cerraba la puerta de su cuarto con llave.
Otra cosa me perturbaba. Cuando íbamos con mis parientes, ella acaparaba la atención de mis hermanos y mi papá, cuchicheaban y me observaban. Quien sabe que les contaba de mí, que cosas les metía en la cabeza, que terminaban en mi contra. Me sentía relegado con mi propia familia.
Ante los ojos de los demás seguíamos siendo felices y en verdad teníamos muy buenos momentos, pero todas esas cosas hacían que yo desconfiara de ella. No sabía que pasaba, porque había cambiado, ¡Cuando la conocí no era así!
Se había vuelto ambiciosa, me obligó a comprar la casita que teníamos. Yo no quería pero como soy maestro, nos daban esa facilidad. También quiso tener buenos muebles. A mi no me importaba, pero ella insistía. Será que en su familia todos son así.
Hace poco, unos primos míos estuvieron por un mes en la casa. Remigio hijo de un hermano de mi papá y Elena su esposa. Se quedo sin trabajo y nos pidieron ayuda. A María le gustó la idea de que vivieran un tiempo con nosotros. Vi que mi primo y ella se llevaban bien. Les agradaba ir juntos a las compras. Cuando se fueron me comentó que los extrañaba. Tiempo después empezó a arreglar unos papeles que para lo de un terreno. Me pidió mi acta de nacimiento y la del matrimonio. Me dijo que Remigio la iba a ayudar.
En ese momento comencé a sospechar, ¿para que quería esos papeles? Ya teníamos nuestra casa, aunque ella me dijo que nos convenía tener otro terreno y yo le creí al principio. Después me di cuenta que traía algo entre manos. Cuando salía para los trámites se tardaba mucho.
Últimamente, fue lo peor de todo, me empezó a decir que yo no estaba bien que necesitaba que me viera un doctor, que Remigio le dijo que las personas que actuaban como yo, requerían atención médica y psicológica.
Estuve pensando y todo coincidía, la actitud sospechosa de María, su egoísmo para que los niños se me acercaran, las mentiras que le contaba a mi familia, la cercanía con mi primo Remigio, que me pidiera los papeles y el colmo hacerme pasar por loco.
La situación se me presentó claramente, ¡el mundo se me vino encima!, mi primo y María se entendían. Lo que ellos querían era hacerme a un lado, quitarme a los niños y quedarse con todo lo que era mío. No sabía como lo iban a hacer pero desde ese momento me puse en alerta. No iba a permitir que se salieran con la suya.
Por eso hace dos días, cuando María me dijo que se iba a dormir, pero antes pasó a la cocina y pude ver que tomaba un cuchillo. Supe cual era su plan. Pensaba matarme aprovechando que me encontraba dormido y luego con la ayuda de Remigio deshacerse de mi cuerpo.
Al principio me dio miedo y tristeza pero después tomé valor y busqué una navaja que usaba cuando iba trabajar a la Sierra. Con la navaja escondida debajo de la almohada me puse ha escuchar todos sus movimientos, fingiendo que estaba dormido. Me di cuenta que el momento había llegado cuando se dio una vuelta brusca en la cama como acercándose a mí. Antes que pudiera hacerme algo, actúe rápido y le clavé la navaja en varias partes del cuerpo, la verdad no se decir donde. Sólo cuando sentí que ya no se movía deje de acuchillarla. Las sábanas estaban todas llenas de sangre y oí que los niños empezaron a llorar y después a gritar.
Ahora que estoy aquí. Nadie entiende que lo único que pensé fue defenderme. Siempre me ha pasado lo mismo. Nunca han comprendido que tengo muchos enemigos, que siempre me están siguiendo. Ni mis papás ni María lo entendieron.
Aquí todos están en mi contra, estoy seguro que me van a hacer algo, mis compañeros de celda, los custodios, los licenciados. ¡Socorro sáquenme de aquí ¡ ¡me quieren matar!

TRES MALETAS

ME SOÑE BAILANDO CONTIGO

Soy Laura acabo de cumplir 22 años siempre he vivido con mi mamá y mi tía en esta casa; antigua, grande y con patio en el centro. Llena de macetas con geranios, azucenas y jaulas con canarios. Mi infancia fue feliz pues mi mamá y mi tía se encargaron de que nada me faltara. Lo único que no tuve fue a mi papá, pues murió cuando era pequeña, por eso soy hija única. Mi tía Ifigenia nunca se casó y sus cuidados siempre fueron para mí, ella es hermana de mi mamá. Fueron cuatro mis tíos, Guillermo, el más grande, Albertina, mi tía Gena y por último María, mi mamá.
¡Ah mi tía Albertina!, siempre tan elegante y bien vestida. Cada año nos visita y nos sorprende con su buen gusto. Luciendo linos y sedas cuando es verano y lanas de chashmere durante el invierno. A diferencia de mi mamá y mi tía Gena. Ellas no saben nada de modas y sólo se quitan el delantal para ir a misa. A mí también me gusta vestir bien, pero en este pueblo no hay nada. Tengo que ir a Aguascalientes a comprar la ropa. Siempre llevó poco dinero y compró los saldos. Sin embargo dicen que soy bonita y todo me queda bien.
Respecto a mi tía Albertina durante mucho tiempo no supimos nada. En la casa no se tocaba el tema. Después me di cuenta porqué. Unas amigas comentaron que hace como treinta años había huido con el licenciado González un hombre casado, que vivía en Zacatecas, donde le puso un departamento. Mi tío Guillermo lo fue a buscar y lo amenazó con una pistola, pero mi tía no se quiso regresar. Tiempo después se fue a la capital con otro señor. Un político que la llevó a viajar por el mundo y le compró muchas joyas. Es que ella era muy bonita-todavía lo es- con su pelo negro rizado y grandes ojos verdes, muy diferente a sus hermanos. Yo me parezco a ella aunque me faltan los ojos de color.
Mi mamá y mi tía Gena son muy buenas cocineras y casi cada tercer día hacen un pastel, en algunas ocasiones hasta los han vendido. En las tardes van al rosario. Bueno es que no hay muchas cosas que hacer por aquí. Son muy activas, la casa siempre está reluciente a pesar de tener tantos cuartos y ser muy amplia. La verdad a mi no me gusta hacer nada y siempre me regañan. Dicen que no sacudo bien, ni limpio los platos como debe ser. No lo hago por que yo nací para otras cosas. Mi mamá se enoja conmigo y dice que las mujeres debemos ser obedientes y buenas amas de casa.
Nunca he tenido novio. Los del pueblo no me gustan. Quisiera un hombre interesante, bien vestido, un profesionista. ¡Aquí no hay de esos!
Así como el amante que mi tía Albertina trajo hace cuatro años. Aunque ya es una mujer madura, llegó con un doctor muy guapo y elegante, hablaba de una manera que no le entendíamos pero parecía que sabía mucho. Además a todas nos trataba muy bien, en especial a mí. Conmigo era muy galante y me decía cosas bonitas. La verdad cuando se acercaba sentía cosquilleos en la piel y en el estómago. A veces de sólo sentir su presencia combinada con el olor de su loción me empezaban a temblar las piernas.
Una noche fuimos a cenar al único restaurante del pueblo. El doctor, que se llamaba Jesús, se dirigía a nosotras con tanta atención y finura, tenía modales tan masculinos que lo vi como el hombre más guapo del mundo. ¡A pesar de ser mucho mayor que yo!
Esa noche no pude dormir pensando en él, cuando por fin lo hice, soñé que bailábamos. Era una música romántica y lenta. Un salón lleno de candelabros en donde solo estábamos los dos. Sus brazos me apretaban con fuerza y delicadeza a la vez. Sus ojos expresivos y brillantes, me miraban fijamente. El pelo cano lo hacía verse más guapo. La música nos hacía dar vueltas por todo el salón, todo giraba a mi alrededor, de pronto se hizo más cadenciosa y sensual y fue entonces que me dio un beso que nunca, nunca,voy a olvidar… después me desperté.
Al día siguiente mi tía y él se fueron rumbo a la Ciudad de México y nunca más lo volví a ver…¡Cómo lo extraño!

UNOS CUANTOS PIQUETITOS



Era de madrugada y la calle estaba solitaria. No sabía qué hacer mi esposa gritaba reclamándome mi borrachera y me salí de la casa. Vagaba en la camioneta recorriendo los caminos ya consabidos de la ciudad.
Di vueltas sin sentido. A lo lejos alguien me hizo una seña. Conforme me acercaba distinguí una mujer entrada en años, todavía de buen ver. Se tambaleaba, pensé que seguramente así como yo, se había tomado unas copas de más. Al verla en ese estado me dio lástima. Me paré y le ofrecí un aventón. En cuanto subió el olor a licor se hizo más fuerte. Su presencia me recordó a mi madre quien cuándo yo era niño se ausentaba en las noches.
La mujer me dijo que se sentía mal y me dio indicaciones para llevarla a su casa. Llegamos a lugares desconocidos en las afueras. Me pidió que me detuviera. Después de algunos minutos me dediqué ha observarla con la poca luz que llegaba de la calle. Descubrí en sus rasgos una vida difícil a pesar de su actitud desenfadada. Sus palabras me sonaban desvergonzadas e insinuantes.
No tenía el propósito de bajarse del vehículo, por lo contrario,  se fue acercando a mí  hasta que nuestros cuerpos se tocaron y empezamos a hacernos caricias. Yo no me podía excitar, seguramente por el alcohol que había tomado. -Súbete a ver si así-, me dijo. Pero no sucedió nada, entonces ella con sarcasmo me preguntó ¿qué? ¿eres maricón? Sentí que la sangre me hirvió. Después no sé como ni porqué mi cuerpo empezó a reaccionar.
En cuanto nos volvimos a abrazar, sacó de entre sus cosas un pequeño cuchillo y me dijo casi en forma de ruego,-que tal si me lo encajas tantito en la piel sólo poquito, así yo siento más-. Al principio me cayó de sorpresa y me sentí incapaz de hacerlo, pero después cuando me decidí, experimente un inusitado placer al hundirle levemente el arma en el cuerpo, ella al contacto con la acero gozaba y me exigía más.
Después de un tiempo en ese juego, me olvide de mis reparos del principio y cada vez mis cuchilladas eran más profundas, un placer salvaje se apodero de mí. Al verla toda ensangrentada me dio miedo y cuando ella hizo el intento de pararse la volví a sentar, esta vez le piqué el cuello y después el pecho, ya no me pude detener perdí la conciencia y sin importarme lo que sucediera de una manera frenética le di las ultimas cuchilladas hasta percatarme que tenía ante mí un cadáver y toda mi ropa manchada de sangre.
Después no supe que pasó. Por un momento vi los rasgos de mi madre en el rostro de la mujer y la frase que me decían en el vecindario -¡Tu madre es una puta!- retumbó en mis oídos. Acá en el penal me enteré por algunos custodios que en la autopsia de esta mujer habían encontrado cicatrices nuevas y antiguas producidas a lo largo de los años, seguramente por otros amantes.